Blanco mundo



Cada paladeo gesta un nuevo mundo

del cuál soy dueño

o tal vez esclavo

(imposible darme cuenta).


¿Y por qué no?

Beber la dulzura

de un espumante vino (blanco)

hipnotizándome el ahora

y el después.


Botella transformada en navío

sin rumbo (prefijado)

errante subterfugio donde

acallar los gritos.


Y allí Caronte

fermentando el azúcar

hasta volverlo río.


Y allí la hoguera

donde quemar las penas

que no han sido aún.


¿Y qué?

¿Quién osará crucificarme?

¿Quién elevará su acusador dedo

para señalarme?


¡Pobres ellos!

los morales, los correctos,

los estereotipadamente sobrios

que controlan la palabra

y el pensamiento

antes de respirar.


Aquellos. Sí. Esos.

Los corruptos, los promiscuos,

los que matan sin saberlo

-sólo con la palabra y el desdén-

los que venden su alma por centavos,

mienten, blasfeman, critican

en aras de la conveniencia.

Los que no admiten

que el veneno

no está en el alcohol

sino en la mano que lo elige,

que el tóxico está en la esencia

que vomita al mundo

su verdadera faz

-sin maquillaje-

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