Sleepfall


Antes.
Ayer.
Tal vez nunca o recién.
No lo sé.
Me atrapó la luna en el juglar fantasmal de las notas.
Vestías de luto el alma y de blanco la cordura.

"En qué puerto arderán tus pasos
llagando la piel del recuerdo"
repetí serpenteando sílabas.

Tus dedos dejando el latido en las cuerdas
del malvado instrumento que te acerca.

La casa sin construir
el viaje jamás hecho
el vértigo del saberse dos
¿dónde transporta tu escala cada mañana que transmuto?

Sleepfall como en cuentos sin despertar jamás.
¡deja que el viento oree por siempre!

Carta a Baudelaire

Bs As. 9 de setiembre 2010.



Mi querido Charles:

Te preguntarás el porqué del “querido”, el porqué de la lívida hipocresía de osar equipararme a ti, del ansía de acercar incongruentes líneas de tiempo sólo para que las podredumbres de nuestros jardines se fusionen.

¡Pregunto y mi osamenta no responde!


¿Habré de creer que el calificativo previo a tu nombre me fue entregado entre pesadillas por los demonios que me habitan y no perdonan el latido de esa roca que me inunda de la vida que no quiero?

Poco importa la fuente cuando los ojos son cuencos vacíos.

Heme aquí… buscando olvidos en los etílicos vahídos que no logran saciar la sed; cegándome la vista con tus letras cargadas de roja tinta que me hieren placenteramente.

¡Ay!, y te siento el patíbulo donde he de colgar la despreciable cáscara que arrastro como mortaja.


¡Y Me siento unida a ti con el mismo lazo de muerte con que la parca nos tironea hacia el infierno en el que Satán mismo nos es indiferente!

¡Tú, que viviste en el spleen que hoy habitan mis días! Sal del mismo infierno y ofréceme el silencio con que se visten tus huesos.

¡Apiádate de la miseria en que el poeta reencarnado en Lilith implora!

Porque no hay peor oscuridad que la del luminoso discernimiento, no existe más horror que el abrir los ojos a diario con la esperanza del no poder hacerlo.

Semper Eadem” exclamaste en uno de tus versos…quizás esculpiste con tu sangre la frase en alguna orquídea negra de tus flores del mal; da igual.

Mi Pierrot interior se inclina ante tu nombre y besa tus despojos con el mórbido encanto de la envidia.

¡No habrá necrofilia que robe el corrupto secreto de tu sapiencia!

He de sorber el opio de los días hasta que el caprichoso acto de la tumba recién excavada asile este cuerpo que ya ha muerto hace tiempo, pero aún camina, vaya a saber por culpa de qué extraña inercia.

Me despido mi “querido” Charles, sin haber dilucidado el misterio del adjetivo aplicado.

O tal vez sí pero aún sin reconocerlo.

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